LOS TURCOS EN MAICAO II
- Armando Pérez Araújo
- 17 feb 2024
- 3 Min. de lectura
Las familias árabes más poderosas de Maicao son las que más dificultades han
soportado y tenido que vencer a todo lo largo de decenas de años. Podríamos
resumirlo diciendo que son las que han estado camellando en las verdes y
maduras. Algunas se fueron de Maicao porque simplemente cumplieron con
su ciclo de migrantes temporales, otros porque no encontraron las garantías
necesarias para quedarse de por vida asentadas en La Guajira y crecer de
acuerdo a sus propios y respetables proyectos de vida. Algunos no aguantaron
el dramático bajón del bolívar en aquél momento de estrangulación de la
moneda venezolana. De todas formas, hay que reconocerlo, los que están aquí
son un importante número de familias árabes que se han quedado firmes en
Maicao, han echado raíces, a pesar de los límites y sorpresas del sistema
normativo aduanero y de muchas dificultades que han tenido que aguantar y
soportar, entre otras, el flagelo del secuestro, robo, extorsión, incluso, la
muerte de miembros de sus familias. Adicionalmente, a estos comerciantes de
Maicao les ha tocado presenciar el retroceso en algunos temas de la economía
local, como haber tenido aeropuerto y luego no tenerlo, o haber contado con
un buen número de bancos comerciales y luego ver cómo fueron cerrados la
mayoría por razones asociadas al despelote de la economía subterránea
internacional que impactó indiscriminadamente a todos los habitantes de La
Guajira. Les ha tocado presenciar cómo las pistas de aterrizaje del otrora
activo Aeropuerto San José de Maicao y demás instalaciones del mismo,
pasaron de ser zona de embarque de carga y pasajeros de aviones de Avianca,
Taerco y La Urraca, para convertirse en edificios destruidos y terrenos
litigiosos, de diferentes clases de poseedores, recientemente ocupados por
migrantes venezolanos, que deambulan por la frontera en las peores
condiciones sociales de vulnerabilidad, por diferentes razones. En algún
momento los turcos de Maicao fueron cuestionados porque no hacían
inversiones en esta ciudad, a veces los responsabilizaban del atraso evidente, y
es cuando aparecen expresiones de desarrollo urbano como edificios, bodegas
y mejoras en sus locales comerciales.
Podríamos decir que el gran problema de los turcos, mejor dicho, del comercio
de Maicao, de la sociedad wayuu, es decir, de toda la ciudadanía guajira, es
que este asunto no ha sido correctamente diagnosticado. Los diferentes
gobiernos han sido absolutamente torpes en el manejo de sus
responsabilidades, los líderes turcos y los demás líderes no han tenido la
adecuada orientación jurídica ni política. Los líderes indígenas menos, al
contrario, han sido desconectados o ignorados de las grandes discusiones
nacionales respecto a la suerte del comercio de Maicao, en otras palabras, han
sido desaprovechados o desperdiciados por los comerciantes de una u otra
filiación o grupo. Aquella sociedad natural entre turcos, paisas y otros grupos
establecidos en el comercio tradicional de Maicao con el Pueblo Wayuu, no ha
funcionado por diferentes causas, pero la principal ha sido la discriminación
territorial con el dueño del aviso, que quiéranlo o no es el Pueblo Wayuu.
Cuando los defensores del comercio de Maicao aducen los impactos negativos
de las medidas del gobierno a la población nativa, sólo sacan a relucir el
desempleo que se generaría en coteros y caleteros del puerto indígena, que
son los que cargan y descargan barcos y camiones, en la nómina de choferes
de camiones y los de las llamadas camionetas moscas que son los que hacen el
rol de contrainteligencia a las autoridades aduaneras o de policía, lo mismo
que a las mujeres wayuu tejedoras impactadas en su productividad por el
quiebre generado por las inadecuadas decisiones aduaneras y fiscales, lo
mismo que el importante número de vigilantes indígenas que quedarían
vacantes en los almacenes de Maicao. Dicho de manera muy simple: la visión
que se ha manejado en las reclamaciones y discusiones de este crucial e
importantísimo problema es considerar al Pueblo Wayuu, así con mayúscula,
como simple población de individuos indígenas, así con minúscula. Lo anterior
equivale a que el drama de marras se ha manejado como un asunto normal
aduanero y tributario, cuando lo que hay en el fondo es un horrible relajo
legislativo con la normatividad constitucional, tratados y convenios
internacionales, relacionados con el respeto de los derechos humanos de los
indígenas, especialmente lo atinente a la territorialidad del pueblo Wayuu. Por
esa razón, en diferentes ocasiones hemos promovido edificar un ESTATUTO
para La Guajira, que en el lenguaje común equivaldría a una constitución
política chiquita, hecha a la medida y características concretas, que no sólo
sería la indispensable herramienta de protección y garantías jurídicas para la
economía de los indígenas y otros derechos, sino también para la actividad
comercial de criollos, cachacos y turcos de Maicao.
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