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LOS TURCOS EN MAICAO I

Los turcos en Maicao, o los turcos de Maicao, como se prefiera, corresponden

a una errada denominación que se le ha dado a una importante población

árabe que se asentó definitivamente en la hoy ciudad de Maicao desde hace

muchos años. Los que llegaron primero fueron palestinos, después los

libaneses que son los que hoy constituyeron un fundamental componente

social y económico en Maicao y en toda La Guajira. También, bajo la misma

denominación llegaron de Jordania, Arabia, Egipto, Siria y otros países, incluso

de la región de Nueva Esparta e Isla Margarita, Venezuela, donde residen y

trabajan muchos árabes de diferentes troncos familiares y territoriales. Hace

unos años llegaron algunos de los verdaderos turcos a La Guajira de la firma

petrolera turca Turish Petroleum Company, queriendo incursionar en la

exploración de gas en los alrededores de Cucurumana, zona rural de la capital,

Riohacha, quienes, dicho sea de paso, también le echaron el ojo a las

potencialidades económicas del turismo en La Guajira. Después será que nos

referiremos con más detalles sobre la suerte de estos verdaderos turcos y las

expectativas reales y verdaderas de La Guajira al respecto. Sigamos de nuevo

con nuestros turcos de Maicao que es lo que ahora nos interesa descubrir para

los lectores. Recordemos que hay quienes dicen que el gentilicio o apodo de

turcos se debe a que los primeros árabes que llegaron al país se ampararon en

documentación del Imperio Otomano, aunque ahora, por lo menos en La

Guajira, el remoquete de turco dejó de ser despectivo, no ofende a nadie y

pertenece al normal lenguaje cotidiano y afectivo del buen trato intercultural.

Incluso, hay quienes se refieren a Maicao como la ciudad de los turcos, lo cual

denota el alto grado de integración identitaria que se percibe desde afuera

entre la colonia árabe y los guajiros, frente al resto de la población del país.

Recordemos que muchas de estas familias árabes entraron por la puerta

grande de Puerto Colombia y desde ahí se fueron desplazando hasta los

diferentes rincones de la costa y del país. Algunos de los que venían para estos

lares se quedaron en Ciénaga, otros en Santa Marta, otros se vinieron paras las

promisorias tierras de las orillas del río Magdalena, algunas para las sabanas

de Bolívar, en fin, habría que establecer las particulares motivaciones de este

fenómeno de migración dispersa y casi simultáneo. Es muy probable que en

algunos momentos el grueso de población árabe migrante pudo haber tenido

relación causal con las recurrentes guerras que les tocó soportar a los

libaneses, principalmente. Muy parecido a lo que ha estado ocurriendo con

migrantes venezolanos que salieron espantados por los recurrentes bloqueos

de potencias extranjeras y otras poderosas razones. Ese fenómeno migratorio

está lleno de anécdotas y de historias que muchos no las conocen, también de

testimonios, de esfuerzos, sacrificios, luchas y pruebas de cómo llegaron a

Maicao decenas de familias emprendedoras que han contribuido a forjar el

incipiente desarrollo de la península, así haya sido a punta de tesón, carajazos

y tropiezos por falta de garantías del Estado colombiano, o de presencia

estatal, si se prefiere decir así, sutilmente. Me contaba mi amigo Tevi una

anécdota que habla muy bien del ingenio fenicio de aquellos primeros

hombres guerreros del comercio nato, que ocurrió cuando entraron los

primeros árabes por Puerto Colombia, llegaron a Barranquilla y luego

realizaban las rutas hasta Maicao, atravesando el río en el Ferry, siguiendo

hasta La Guajira en mulas por las orillas del Caribe y la Sierra Nevada de Santa

Marta o dando la vuelta por Fundación y Valledupar. Me dice Tevi que una de

las tantas trabas, tal vez la más poderosa en ese momento que encontraron en

el camino de la esperanza estos jóvenes aventureros, sus abuelos, fue la

inevitable barrera lingüística del complicado idioma castellano. La suerte

estaba echada y no tuvieron otra opción que acudir al ingenio propio del ser

humano, cada vez que algo especial les sucedía a esos primeros turcos de

Maicao. El primer traspié lo consiguieron en los alares de la vieja Barranquilla,

muy cerca de lo que hoy es el mercado público de esa capital. Iban de casa en

casa distribuyendo sus telas, introduciendo en la zona una eficaz herramienta

del comercio como fue la de vender a crédito o a plazos, el famoso fiao. Sin

que el deudor o deudora se diera cuenta, con la mayor delicadeza y prudencia

del caso, en idioma árabe o hebreo, en alguna parte de la pared de la casa del

cliente comprador, el árabe vendedor escribía los detalles de la mercancía

acreditada y el dinero que le salían a deber los dueños de esa residencia. Era

un inofensivo registro contable que sólo ellos entendían. Hoy sus nietos narran

la historia del tremendo fiasco que se llevaban sus abuelos árabes, cuando

llegó diciembre y encontraron todas las casas pintadas y sus cuentas borradas,

porque no sabían nada de la consuetudinaria práctica cultural de los

barranquilleros de pintar cada año sus casas apenas llegara el mes de

diciembre.

La gran mayoría de esta comunidad árabe pertenece originalmente a familias

trabajadoras del campo en su país. Indudablemente que la principal y común

característica de ellos hoy es el comercio, sin desconocer que hay muchos hijos

y nietos de esos primeros árabes que han descollado en espacios de las

ciencias y otras disciplinas. La fortaleza de la comunidad árabe en Maicao es

de tales proporciones hoy en día que en otros escenarios hemos afirmado que

hay que reinventar el relacionamiento estatal con los árabes de Maicao y el de

estos con el aparato estatal colombiano. Dicho de otra manera: el Estado

nacional, La Guajira, como entidad territorial departamental, el municipio de

Maicao y la comunidad árabe, están desperdiciando las potencialidades que

provienen del universo étnico y diverso que caracteriza a esta promisoria

región colombiana. El estamento árabe guajiro, si se puede llamar de esa

manera, debería ser objeto de una especial reinserción a la sociedad

colombiana y departamental, luego de que se reconsideren los pesos y

contrapesos constitucionales que corresponden a la ecuación étnica, social y

económica en la que están insertados desde su llegada.

Los llamados turcos de Maicao han sido protagonistas de más de cincuenta

años de historia. Han sabido lidiar con las tremendas diferencias culturales

frente al pueblo wayuu y en algunos episodios han actuado como aliados.

Recordemos que una de tantas aventuras en las que actuaron aliados árabes y

wayuu fue en aquella suscitada por los anuncios y expedición del decreto que

creó el Nuevo Estatuto Aduanero, según el cual se prohibía el ingreso de

electrodomésticos, cigarrillo y licores por Bahía Portete, puerto natural y

territorial indígena muy importante para el desarrollo económico de La Guajira

y de muchas economías de familias de la costa. Se llegó a decir en aquél

momento que la vehemencia con la actuaba la entremetida directora de la

Dian de la época de origen judío, Fanny Kertzman, obedecía a superiores

sentimientos presuntamente religiosos contra los poderosos árabes que

controlaban el comercio de Maicao, dizque porque éstos pertenecían a la

abrahámica religión musulmana. Algunos medios de comunicación que

irresponsablemente azuzaban la probabilidad de esa tesis, intentaban agravar

el de por sí complejo pleito entre gobierno y comerciantes de Maicao,

sugiriendo que en el fondo de todo se trataba de los comienzos de la versión

local de una nueva guerra santa.

No olvidemos que grandes comerciantes de La Guajira, y aquí van incluidos los

emprendedores wayuu y criollos, enseñaron y respaldaron de muchas

maneras a expertos árabes, quienes trajeron su caudal de tradiciones

euroasiáticas en el comercio internacional, para aportarlas a una creciente

actividad donde los wayuu ponían la principal parte en el negocio que era la

territorialidad del pueblo indígena, que en la práctica era igual a colocar al

servicio de esa gran sociedad comercial, la dinámica de una especie de zona

franca con respaldo del derecho internacional de los Derechos Humanos. La

historia fue confirmando la efectividad de la franquicia del aporte wayuu y la

importancia del empuje de los herederos de la pericia otomana en la suerte

del comercio de Maicao y en sus implicaciones determinantes en el desarrollo

económico del departamento de La Guajira. En medio de esos trotes colectivos

de la nueva economía sucedieron muchos fenómenos episódicos u

ocasionales, como aquellos en los que algunos guajiros destacados,

individualmente considerados o preponderantes, también ocurría con algunos

turcos, sin tantos parapetos, requisitos o papeleos, cuando con una llamada

por radioteléfono obtenían que se les despacharan el mismo día del pedido

barcos repletos de mercancías de Aruba o Panamá, o que un ciudadano wayuu

emprendedor y sobresaliente en el comercio internacional, como fue el caso

de nuestro buen amigo José Luis Iguarán, QEPD, quien tuvo que ir

personalmente a Moscú a realizar una difícil transacción de millones dólares

con los rusos para poder defender su negocio de cigarrillos y wishky, y poder

defenderse legítimamente frente a las complejas estructuras financieras de

fuertes proveedores de Panamá, Aruba o Curazao. Repito, fueron fenómenos

episódicos y esporádicos, protagonizados por el talento superior de

destacadas individualidades nativas que ocurrían de vez en cuando, porque la

gran verdad es que la gran sabiduría financiera internacional fue introducida

por avezados árabes que dominaban mares y mercados de América, Europa y

Asia.

En esa espontánea y natural sociedad comercial conformada por la etnia

wayuu y los llamados turcos de Maicao, hay que resaltarlo con la mayor

claridad, el mayor aporte, digamos que el indispensable aporte, lo hizo y lo

sigue haciendo, el pueblo wayuu, prestando o facilitando el espacio físico,

social y jurídico de su territorio étnico, vale decir, puertos, caminos, trochas y

fronteras con Venezuela y el Caribe, para el fortalecimiento de una actividad

que habría sido imposible de otra manera. No significa lo anterior que otros

componentes humanos de la diversa sociedad colombiana, asentados

principalmente en Maicao, no hayan participado de esta gran empresa

territorial que con el paso del tiempo se volvió poderosa e influyente, que

luego el país entero ha venido bautizándola y criminalizándola con el

inapropiado estigma del Contrabando. Aquí tengo que detenerme un poco

para explicar lo grave que ha resultado para la actividad comercial el mote

delincuencial de contrabandistas a turcos y guajiros, asunto especialmente

grave para la suerte social y económica de esta gran empresa comercial y

natural que tambalea y que se desmorona por pedazos, sin que sus principales

socios se den por notificados y se pellizquen adecuadamente. En primer lugar

debemos afirmar que el descubrimiento de tantos ingredientes o valores

geoeconómicos de lo que es hoy constituyen los rentables potenciales de

Maicao, fue producto de un proceso colectivo de indígenas y familias criollas

que hallaron en este punto de la geografía de la frontera, el lugar de encuentro

entre corrientes de la economía de venezolanos, habitantes del sur y norte de

toda la península. Afirmar que el coronel Rodolfo Morales fundó a Maicao en

1927 es una aseveración muy arriesgada, porque es obvio que en este lugar ya

estaban conformadas las poblaciones wayuu, incuso, personas de otras etnias

indígenas. Lo cierto es que ese momento es un referente, lo mismo que el año

1935 cuando se aprueba que Maicao ya sería un Corregimiento. Un poco más

tarde, digamos que a partir de 1946 es cuando comienzan a llegar a Maicao los

árabes palestinos y polacos, ente ellos Juan Abraham Hani Abuchaibe y su

hermano Elías, quienes después de ingresar al país se establecieron un tiempo

en Ciénaga, Magdalena, antes de arribar a Maicao. También es un referente

junio de 1955, cuando Maicao es elevado a la categoría de Municipio.

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