LOS TURCOS EN MAICAO I
- Armando Pérez Araújo
- 17 feb 2024
- 8 Min. de lectura
Los turcos en Maicao, o los turcos de Maicao, como se prefiera, corresponden
a una errada denominación que se le ha dado a una importante población
árabe que se asentó definitivamente en la hoy ciudad de Maicao desde hace
muchos años. Los que llegaron primero fueron palestinos, después los
libaneses que son los que hoy constituyeron un fundamental componente
social y económico en Maicao y en toda La Guajira. También, bajo la misma
denominación llegaron de Jordania, Arabia, Egipto, Siria y otros países, incluso
de la región de Nueva Esparta e Isla Margarita, Venezuela, donde residen y
trabajan muchos árabes de diferentes troncos familiares y territoriales. Hace
unos años llegaron algunos de los verdaderos turcos a La Guajira de la firma
petrolera turca Turish Petroleum Company, queriendo incursionar en la
exploración de gas en los alrededores de Cucurumana, zona rural de la capital,
Riohacha, quienes, dicho sea de paso, también le echaron el ojo a las
potencialidades económicas del turismo en La Guajira. Después será que nos
referiremos con más detalles sobre la suerte de estos verdaderos turcos y las
expectativas reales y verdaderas de La Guajira al respecto. Sigamos de nuevo
con nuestros turcos de Maicao que es lo que ahora nos interesa descubrir para
los lectores. Recordemos que hay quienes dicen que el gentilicio o apodo de
turcos se debe a que los primeros árabes que llegaron al país se ampararon en
documentación del Imperio Otomano, aunque ahora, por lo menos en La
Guajira, el remoquete de turco dejó de ser despectivo, no ofende a nadie y
pertenece al normal lenguaje cotidiano y afectivo del buen trato intercultural.
Incluso, hay quienes se refieren a Maicao como la ciudad de los turcos, lo cual
denota el alto grado de integración identitaria que se percibe desde afuera
entre la colonia árabe y los guajiros, frente al resto de la población del país.
Recordemos que muchas de estas familias árabes entraron por la puerta
grande de Puerto Colombia y desde ahí se fueron desplazando hasta los
diferentes rincones de la costa y del país. Algunos de los que venían para estos
lares se quedaron en Ciénaga, otros en Santa Marta, otros se vinieron paras las
promisorias tierras de las orillas del río Magdalena, algunas para las sabanas
de Bolívar, en fin, habría que establecer las particulares motivaciones de este
fenómeno de migración dispersa y casi simultáneo. Es muy probable que en
algunos momentos el grueso de población árabe migrante pudo haber tenido
relación causal con las recurrentes guerras que les tocó soportar a los
libaneses, principalmente. Muy parecido a lo que ha estado ocurriendo con
migrantes venezolanos que salieron espantados por los recurrentes bloqueos
de potencias extranjeras y otras poderosas razones. Ese fenómeno migratorio
está lleno de anécdotas y de historias que muchos no las conocen, también de
testimonios, de esfuerzos, sacrificios, luchas y pruebas de cómo llegaron a
Maicao decenas de familias emprendedoras que han contribuido a forjar el
incipiente desarrollo de la península, así haya sido a punta de tesón, carajazos
y tropiezos por falta de garantías del Estado colombiano, o de presencia
estatal, si se prefiere decir así, sutilmente. Me contaba mi amigo Tevi una
anécdota que habla muy bien del ingenio fenicio de aquellos primeros
hombres guerreros del comercio nato, que ocurrió cuando entraron los
primeros árabes por Puerto Colombia, llegaron a Barranquilla y luego
realizaban las rutas hasta Maicao, atravesando el río en el Ferry, siguiendo
hasta La Guajira en mulas por las orillas del Caribe y la Sierra Nevada de Santa
Marta o dando la vuelta por Fundación y Valledupar. Me dice Tevi que una de
las tantas trabas, tal vez la más poderosa en ese momento que encontraron en
el camino de la esperanza estos jóvenes aventureros, sus abuelos, fue la
inevitable barrera lingüística del complicado idioma castellano. La suerte
estaba echada y no tuvieron otra opción que acudir al ingenio propio del ser
humano, cada vez que algo especial les sucedía a esos primeros turcos de
Maicao. El primer traspié lo consiguieron en los alares de la vieja Barranquilla,
muy cerca de lo que hoy es el mercado público de esa capital. Iban de casa en
casa distribuyendo sus telas, introduciendo en la zona una eficaz herramienta
del comercio como fue la de vender a crédito o a plazos, el famoso fiao. Sin
que el deudor o deudora se diera cuenta, con la mayor delicadeza y prudencia
del caso, en idioma árabe o hebreo, en alguna parte de la pared de la casa del
cliente comprador, el árabe vendedor escribía los detalles de la mercancía
acreditada y el dinero que le salían a deber los dueños de esa residencia. Era
un inofensivo registro contable que sólo ellos entendían. Hoy sus nietos narran
la historia del tremendo fiasco que se llevaban sus abuelos árabes, cuando
llegó diciembre y encontraron todas las casas pintadas y sus cuentas borradas,
porque no sabían nada de la consuetudinaria práctica cultural de los
barranquilleros de pintar cada año sus casas apenas llegara el mes de
diciembre.
La gran mayoría de esta comunidad árabe pertenece originalmente a familias
trabajadoras del campo en su país. Indudablemente que la principal y común
característica de ellos hoy es el comercio, sin desconocer que hay muchos hijos
y nietos de esos primeros árabes que han descollado en espacios de las
ciencias y otras disciplinas. La fortaleza de la comunidad árabe en Maicao es
de tales proporciones hoy en día que en otros escenarios hemos afirmado que
hay que reinventar el relacionamiento estatal con los árabes de Maicao y el de
estos con el aparato estatal colombiano. Dicho de otra manera: el Estado
nacional, La Guajira, como entidad territorial departamental, el municipio de
Maicao y la comunidad árabe, están desperdiciando las potencialidades que
provienen del universo étnico y diverso que caracteriza a esta promisoria
región colombiana. El estamento árabe guajiro, si se puede llamar de esa
manera, debería ser objeto de una especial reinserción a la sociedad
colombiana y departamental, luego de que se reconsideren los pesos y
contrapesos constitucionales que corresponden a la ecuación étnica, social y
económica en la que están insertados desde su llegada.
Los llamados turcos de Maicao han sido protagonistas de más de cincuenta
años de historia. Han sabido lidiar con las tremendas diferencias culturales
frente al pueblo wayuu y en algunos episodios han actuado como aliados.
Recordemos que una de tantas aventuras en las que actuaron aliados árabes y
wayuu fue en aquella suscitada por los anuncios y expedición del decreto que
creó el Nuevo Estatuto Aduanero, según el cual se prohibía el ingreso de
electrodomésticos, cigarrillo y licores por Bahía Portete, puerto natural y
territorial indígena muy importante para el desarrollo económico de La Guajira
y de muchas economías de familias de la costa. Se llegó a decir en aquél
momento que la vehemencia con la actuaba la entremetida directora de la
Dian de la época de origen judío, Fanny Kertzman, obedecía a superiores
sentimientos presuntamente religiosos contra los poderosos árabes que
controlaban el comercio de Maicao, dizque porque éstos pertenecían a la
abrahámica religión musulmana. Algunos medios de comunicación que
irresponsablemente azuzaban la probabilidad de esa tesis, intentaban agravar
el de por sí complejo pleito entre gobierno y comerciantes de Maicao,
sugiriendo que en el fondo de todo se trataba de los comienzos de la versión
local de una nueva guerra santa.
No olvidemos que grandes comerciantes de La Guajira, y aquí van incluidos los
emprendedores wayuu y criollos, enseñaron y respaldaron de muchas
maneras a expertos árabes, quienes trajeron su caudal de tradiciones
euroasiáticas en el comercio internacional, para aportarlas a una creciente
actividad donde los wayuu ponían la principal parte en el negocio que era la
territorialidad del pueblo indígena, que en la práctica era igual a colocar al
servicio de esa gran sociedad comercial, la dinámica de una especie de zona
franca con respaldo del derecho internacional de los Derechos Humanos. La
historia fue confirmando la efectividad de la franquicia del aporte wayuu y la
importancia del empuje de los herederos de la pericia otomana en la suerte
del comercio de Maicao y en sus implicaciones determinantes en el desarrollo
económico del departamento de La Guajira. En medio de esos trotes colectivos
de la nueva economía sucedieron muchos fenómenos episódicos u
ocasionales, como aquellos en los que algunos guajiros destacados,
individualmente considerados o preponderantes, también ocurría con algunos
turcos, sin tantos parapetos, requisitos o papeleos, cuando con una llamada
por radioteléfono obtenían que se les despacharan el mismo día del pedido
barcos repletos de mercancías de Aruba o Panamá, o que un ciudadano wayuu
emprendedor y sobresaliente en el comercio internacional, como fue el caso
de nuestro buen amigo José Luis Iguarán, QEPD, quien tuvo que ir
personalmente a Moscú a realizar una difícil transacción de millones dólares
con los rusos para poder defender su negocio de cigarrillos y wishky, y poder
defenderse legítimamente frente a las complejas estructuras financieras de
fuertes proveedores de Panamá, Aruba o Curazao. Repito, fueron fenómenos
episódicos y esporádicos, protagonizados por el talento superior de
destacadas individualidades nativas que ocurrían de vez en cuando, porque la
gran verdad es que la gran sabiduría financiera internacional fue introducida
por avezados árabes que dominaban mares y mercados de América, Europa y
Asia.
En esa espontánea y natural sociedad comercial conformada por la etnia
wayuu y los llamados turcos de Maicao, hay que resaltarlo con la mayor
claridad, el mayor aporte, digamos que el indispensable aporte, lo hizo y lo
sigue haciendo, el pueblo wayuu, prestando o facilitando el espacio físico,
social y jurídico de su territorio étnico, vale decir, puertos, caminos, trochas y
fronteras con Venezuela y el Caribe, para el fortalecimiento de una actividad
que habría sido imposible de otra manera. No significa lo anterior que otros
componentes humanos de la diversa sociedad colombiana, asentados
principalmente en Maicao, no hayan participado de esta gran empresa
territorial que con el paso del tiempo se volvió poderosa e influyente, que
luego el país entero ha venido bautizándola y criminalizándola con el
inapropiado estigma del Contrabando. Aquí tengo que detenerme un poco
para explicar lo grave que ha resultado para la actividad comercial el mote
delincuencial de contrabandistas a turcos y guajiros, asunto especialmente
grave para la suerte social y económica de esta gran empresa comercial y
natural que tambalea y que se desmorona por pedazos, sin que sus principales
socios se den por notificados y se pellizquen adecuadamente. En primer lugar
debemos afirmar que el descubrimiento de tantos ingredientes o valores
geoeconómicos de lo que es hoy constituyen los rentables potenciales de
Maicao, fue producto de un proceso colectivo de indígenas y familias criollas
que hallaron en este punto de la geografía de la frontera, el lugar de encuentro
entre corrientes de la economía de venezolanos, habitantes del sur y norte de
toda la península. Afirmar que el coronel Rodolfo Morales fundó a Maicao en
1927 es una aseveración muy arriesgada, porque es obvio que en este lugar ya
estaban conformadas las poblaciones wayuu, incuso, personas de otras etnias
indígenas. Lo cierto es que ese momento es un referente, lo mismo que el año
1935 cuando se aprueba que Maicao ya sería un Corregimiento. Un poco más
tarde, digamos que a partir de 1946 es cuando comienzan a llegar a Maicao los
árabes palestinos y polacos, ente ellos Juan Abraham Hani Abuchaibe y su
hermano Elías, quienes después de ingresar al país se establecieron un tiempo
en Ciénaga, Magdalena, antes de arribar a Maicao. También es un referente
junio de 1955, cuando Maicao es elevado a la categoría de Municipio.
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