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DIOMEDES, VÍCTIMA DE LA SOCIEDAD.

Actualizado: 27 feb 2024

Hace seis años se prendió lo que en su momento fue una legítima discusión sobre si se le otorgaba o no en el Congreso de la República un reconocimiento a la obra artística de Diomedes Díaz. Incluso, se debatió entonces el tópico sobre si ese sacro lugar de la democracia representativa era el escenario ideal para dirimir puntos de vista sobre asuntos tan peculiares y terrenales de la vida del más virtuoso cantautor del género vallenato. Claro que sí era ese el escenario para este y otros tipos de debates, se afirmaba con la mayor obviedad, máxime si la discusión que se cernía respecto a la conducencia y seriedad de una condecoración era a propósito de la exaltación que se proponía a la obra artística del popular personaje, circunstancia que algunos aprovecharon para revivir lamentables episodios de la accidentada vida personal del tremendo cantante y compositor. Se podía afirmar bajo la gravedad de juramento que en la Cámara donde estaba circunstanciada la discusión no había un solo parlamentario, uno solo, de la izquierda o de la derecha, que pudiese afirmar con certeza y firmeza que jamás bailó o se deleitó con la música y poesía del formidable artista guajiro, antes o después de las acusaciones o conjeturas que se tejieron en su contra, a raíz de los evidentes escándalos que trascendieron. En gracia de discusión, y en vista de que era inevitable el debate que ya estaba ardiendo el contorno periodístico, se nos ocurrió exhortar a los Honorables Representantes trenzados en inocuos discursos, a revisar el contexto social de la vida personal del niño y del ciudadano colombiano que luego se formó como extraordinario y fenomenal cantante y compositor, así las novelas o telenovelas ayuden o hubiesen ayudado a volver trizas su siempre discutido prestigio personal. El discreto aporte que deseábamos sugerir a la edificación del ideal y justo contexto era recordarles a los honorables padres de la patria que, a la hora del juzgamiento de la vida personal del joven Diomedes Díaz, cuando apenas despuntaba como cantante, cuando comenzó a realizar sus pininos artísticos, tuvo que desenvolverse inevitablemente en el medio contemporáneo de su época, que era nada menos ni nada más que la fase explosiva de la marimba, de la mano del marimbero de turno, que fue una autóctona versión legítima, obviamente ilegal, de lo que hoy constituye el execrable y censurable delito internacional del narcotráfico. Fue en ese escenario sicosocial que el joven guajiro se desenvolvió, cuando la sociedad de la costa celebraba con ruido y extravagancias musicales el silente y libre ejercicio de los poderosos traficantes del interior y el exterior del país, cuando la respetable y prestigiosa Iglesia Católica, a través de sus pastores, bendecía fincas y mansiones de narcotraficantes, grandes y pequeños. Era el momento en el que la revista Time afirmaba que “las multimillonarias ganancias de los narcotraficantes ya no van a sus bolsillos, sino que se invierten en las bolsas de Bogotá, Tokio o Nueva York o se destinan a empresas prestigiosas”. Es decir, fue en ese mundo de malas influencias, desafortunadamente legitimadas, donde se forjó el hombre y sobresalió el poeta, descolló el cantante y, gústenos o no, se catapultó al firmamento de la gloria el género musical del vallenato, cuyos atributos no admiten discusión alguna, precisamente, cuando la sociedad estaba cruzada de brazos y amancebada con las influencias del narcotráfico y la gran parte de nuestra juventud se alistaba para engrosar las filas de diferentes bandas criminales, unas armadas y otras amangualadas en los diferentes escenarios de la ilegalidad y la corrupción, la política no era la excepción, Diomedes, sin la orientación de ninguna agencia estatal, en medio de tanto mal ejemplo generalizado, logró imponerse como el gran Cacique de La Junta, pese a sus defectos y censuras.

Al final, no sabemos a ciencia cierta si la Cámara de Representantes se ingenió y aprobó sin hipocresía el reconocimiento propuesto, redactando un buen discurso y realizando un justo homenaje a Diomedes Díaz, a su obra artística, que habla por sí sola, o si no hubo mayorías para eso como suele suceder. Lo que no podía ocurrir era que el debate serio se eludiera, se desviara o se degradara por carencia de un razonable y ecuánime contexto.

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