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¿CORRALEJAS?, O DESASTRE CULTURAL.

Actualizado: 27 feb 2024

Hace algunos años, cuando comencé a entender lo que significaban las famosas fiestas de corralejas, comprendí que en el fondo de todo había uno que otro tema de interés cultural, y que, en medio del abundante ron, el pánico a los toros, la incursión de fascinados borrachos al rústico y entretenedor corral de guaduas y la ratificación del poder de un puñado de ganaderos ricos por encima de los ganaderos pobres y del resto de la gente, había unas respetables expresiones culturales. Tengo la autoridad que me confiere poder hablar del tema con suficiente propiedad, dada mi calidad de sinceano de nacimiento, también, de haberme metido en algunas oportunidades a sonsacar los toros de adentro de algunas corralejas de la región, razón por la cual, puedo decir que la percepción que tuve la última vez que fui a ver un rato de toros en Sincé, como coloquialmente decimos desde siempre a propósito de las fiestas de la virgen del Socorro, fue sencillamente una experiencia de profunda tristeza cultural, donde no encontré ninguna lealtad con los toros, si es que alguna vez la hubo, tampoco con los valientes caballos y jinetes garrocheros, muchísimo menos con los borrachos que cada tarde se juegan la vida divirtiendo a los asistentes del ensangrentado circo, tampoco ni cinco de respeto por la vida de los banderilleros igualmente ajumados. Y, como si ello fuese poco para el desprevenido espectador, habrá que añadirle al desconsiderado espectáculo la descomunal deslealtad de miembros del Congreso de la República o de algunos aspirantes a cargos de elección popular, promocionando su prestigio de auspiciadores de esos eventos de nuestra democracia, colocando en trapos untados de indignidad sus nombres e investiduras, paseándolos por el entorno del redondel.

Las dudas que nos podría generar la ética de ciertas prácticas en el escenario de las corralejas, fueron embestidas fatalmente por los sacos de arropillas, caramelos, merengues o chitos, lanzados con perversidad y cálculo criminal a las cercanías del enfurecido animal, para que el pueblo borracho y hambriento se arriesgara a recogerlos. Esto nos obliga suponer que en la mente y el corazón de estos personajes del palco habita la posibilidad de la delicia y placer de ver al toro enterrar los cachos a las profundidades de la vacía barriga del borracho, detrás de la pírrica y esquiva migaja de comida. Todo ello está muy lejos de aquella inocente expresión cultural de los viejos y jóvenes de antes, cuando se decía coloquialmente: ¡Vamos a ver jugar los toros! Lo que ha quedado de todo lo que pudo ser una tradición de vieja data española, se fue convirtiendo en una burda demostración del poder de los dueños de un cipote negocio llamado Fiestas de Toros.


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